Existe una regla muy sencilla para suavizar el ya de por sí duro proceso de encajar una ruptura amorosa. Una simple directriz para reducir el drama hasta mínimos tan sólo alcanzados por Charlene de Mónaco cuando, el día de su boda, descubrió que el príncipe Alberto acababa de ser padre de un nuevo hijo bastardo fruto de una infidelidad cascabelera. Una pauta fácil en la teoría pero que sólo las voluntades más férreas y disciplinadas son capaces de llevar a la práctica:
Lo que para cualquier humano mínimamente sensato pueda parecer obvio, para una yonqui del romance, con esa inclinación suya por la tragedia bovariana, es la peor de las tentaciones, porque, ¿existe algo más trágico que la idea de yacer por última vez junto al amado? Arggg, le doleur exquise. Es caer en una trampa atraída por la trampa en sí.
Pues un consejo te voy a dar por si se te ves en tamaña situación: huye. El sexo con un ex confunde, remueve sentimientos y altera la percepción de la realidad. Y lo que es peor de todo: el sexo con un ex se convierte siempre en un combate en el que uno de los dos acaba K.O. en el suelo, normalmente el más vulnerable e indeciso, que (vaya por dios) suele ser el/la yonqui del romance.
Lo que yo realmente esperaba después del sexo con el Ex era que el reaccionara ante la separación y cogiera el toro por los cuernos: que montara en su corcel blanco y viniera galopando a decirme lo maravillosa que era la vida a mi lado. Pero al ver que esto no sucedía, decidí tomar yo misma las riendas del asunto, mandándole un mensaje nítido y cristalino para que le quedara claro que yo lo que quería era que el volviera a mí: le pedí que dejáramos de hablar.
Por supuesto, el no lo entendió.
Nos despedimos un mes de diciembre, cuando ambos volvíamos a España para celebrar las primeras navidades separados desde que estábamos juntos. Lo bueno (o lo malo, no lo sé) es que no hubo una despedida como tal porque la última vez que nos vimos no sabíamos que iba a ser la última.
