3.2. La mudanza

O lo que es lo mismo: abandonar el hogar conyugal. Arg, mátame, camión de la mudanza.

Mi mudanza era un caso inusual: como el Ex y yo nos habíamos mudado juntos a Nueva York y habíamos terminado la relación allí, todas mis cosas, nuestras cosas, seguían estando en nuestra casa, su casa. Durante los dos últimos meses y, desde el amparo de los 6.000 km que me separaban de Barcelona, la idea de ir a recoger y empaquetar mis cosas me parecía una tarea tan lejana que en mi cabeza no era más que un insignificante punto en el horizonte. Pero fue poner un pie en Madrid y aquel punto resultó ser el cometa Halley impactando contra mi cara.

El pánico me paralizó. Me parecía una tarea titánica para la que no estaba preparada: viajar a Barcelona, entrar en aquella casa, vaciar armarios y estanterías, meter todo en cajas, decir adiós a mis amigos y bares favoritos, y subirme en el tren de vuelta. Por un momento hasta me planteé prescindir de todas mis pertenencias, pero al acordarme del autógrafo enmarcado de mi idolatrada y ya difunta Lina Morgan, mi bien más preciado, decidí que no tenía escapatoria. Tenía que ir allí.

Llamé al Ex para decirle que me dirigía para allá con la intención de recoger mis cosas. Ambos estuvimos de acuerdo en que todo sería más fácil si el no estaba de cuerpo presente mientras yo recogía. Cogí un AVE, mi matrioska de maletas y en Barcelona me planté.

Recoger tus cosas. Tus cosas. Y aquí viene la gran pregunta: ¿Qué es tuyo y qué es mío?

El reparto de amigos

El reparto de amigos viene condicionado por varios factores: si ha sido o no una ruptura amistosa; con qué estado de ánimo se hace frente a la nueva situación; los términos geográficos en los que transcurre el proceso y, por supuesto, el grado de amistad que te une a esa persona.

Yo me había mudado a Barcelona por el Ex, teniendo la buena (¿o mala?) suerte de que sus amigos eran tan encantadores que yo no tuve que esforzarme en crear mi propio círculo de amistades. Sus amigos se convirtieron en mis amigos.

Teniendo en cuenta este dato, teniendo en cuenta que era yo la que dejaba la ciudad que había sido mi casa durante 3 años y teniendo en cuenta que mi estado anímico era comparable a un escenario postapocalíptico en el que todo había sido arrasado por una gran ola de drama, yo no me veía con fuerza suficiente para pelear por lo que yo consideraba un derecho legítimo: que aquellos también eran mis amigos porque yo me había hecho un hueco allí, que yo no era ni había sido lanoviadé. De modo que me limité a contemplar de manera pasiva la selección natural de los bandos. Porque es una realidad tan triste como cierta: es inevitable que los amigos en común se terminen posicionando.

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